jueves, 6 de mayo de 2010

Calor

En medio o por encima, a un costado, rodeado pues de este sol radiante encuentro siempre una voz amarga y rezongona, llena de flemas y desparpajos/ la voz repite su letanía: no me creas, me dice/ no tomes en cuenta una sola de estas palabras/ no creas y la verdad te será revelada/ desconfía mesmo de este sol radiante dice y se desquebraja en su tos de flemas añejas de podredumbre. Yo vuelvo a la calor que me circunda, me atrapa y no me deja pensar en nada, en nada.

jueves, 15 de abril de 2010

Sueño

Decenas de cascos nerviosos se estrellan contra la orilla del acantilado. Los caballos blancos con jinetes igualmente blancos apenas pueden moverse amontonados, nerviosos en ese filo de tierra. El mar está gris y agitado por un viento todavía más obscuro que también hace volar las capas aperladas de los jinetes. En la otra orilla o en una barcaza obscura un hombre solitario respira agitado, mirando a la orilla blanca. El hombre viste de negro, no se ve su rostro y la cabeza está cubierta con una especie de yelmo del que destacan luces como las que producen las piedras preciosas. Terminó la huida, el solitario está desarmado y quizá lo otros no puedan alcanzarlo, pero eso no es lo que mantiene a cada uno de su lado.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Altruismo

Es necesario admitir de una vez por todas que no somos como nosotros mismos nos vemos sino como los otros nos ven. Lo que inmediatamente nos lleva a la conclusión de que no somos uno, el que creemos ser, sino todos y cada uno de los que los otros, al poner su mirada sobre nosotros, crean. Carece entonces completamente de sentido preguntarnos "quién soy". Hay que preguntar "quién crees que soy". Y si de verdad se quiere llegar a saber quién se es, habrá que preguntar, no a una sola persona que nos dará una visión tan incompleta como la propia, sino a todas y cada una de las personas que nos miren. Claramente, habría que devolver el favor, con mucha saña.

viernes, 11 de septiembre de 2009

En una tarde lluviosa, una mañana

Entonces apareció esa mujer enorme y bella en su vestido verde olivo y después de resoplar un poema en su francés tan abierto de Bénin, convirtiéndose en una ráfaga fuerte, en un viento poderoso; dejó caer los brazos y la mirada cuando una mañana triste apareció en sus ojos negros solitarios. El salón completo de la Casa del Lago cambió de color como al alba mientras su vestido verde olivo amanecía también con todo su cuerpo y tanta desolación no cabe acá, decían sus ojos y tanta esperanza tampoco cabe. Así que se inundó, cubriendo su alma de verde olivo, derramnando con franqueza aún más palabras; así que quebró la voz y nos lavó la nostalgia y la resaca. Nos prometió otra mañana dulce de su vestido, de su mirada enorme, bella. [este es el poema que nos leyó:

XXIX
Es una mañana triste y solitaria.
Sin un solo beso, sin sonrisas traviesas
sin brazos en torno mío
sin cabellos enmarañados ni sienes
entrecanas; sin cruda

Es una mañana con una bola atorada
en la garganta, con bolsas por cargar, mensajes
por encomendar, adioses sofocados, sonrisas forzadas...

Es una mañana sin música ni voz
burlona, sin ojeras ni
miradas cruzadas, sin sonrisas robadas
sin besos sustraidos, sin brochetas ni cervezas,
sin moscas ni ventilador...

Es una mañana friolenta de diciembre, con frío
en el corazón y con palabras congeladas de
no haber sido pronunciadas. De citas fallidas
y de ausencia del sol que dora
todo lo que toca.

Es una mañana en que la estrella de la mañana
es visible, con promesas de días mejores
y suspiros compartidos
es una mañana que anuncia otra mañana...*

Nafee Faigou]

*Tomado del programa de mano, Coordinación de Difusión Cultural/UNAM

jueves, 7 de mayo de 2009

Cosas útiles

Mi abuela paterna raramente tejía, pero mi bisabuela tejía todo el tiempo, tejía hasta por los codos, tejía siempre cosas útiles. Cuando su hija, mi abuela, descubría grandes agujeros en la carpeta de la cómoda, causadas por el tiempo y el maltrato o los pescaditos de plata; mi bisabuela ya estaba dando los últimos toques a una carpeta recién hecha, inventada esa mañana sólo porque sí. Apenas terminada la carpeta o el chal o los guantes de brocados dedos, mi bisabuela se entregaba al sueño en donde quiera que estuviera, casi siempre sentada en un sofá, rodeada de bolsas con hilos y ganchos metálicos de muchos tamaños, azules y verdes, grises y plateados. Nadie sabe lo que soñaba, nunca contó un solo sueño; pero yo siempre sospeché que en sus sueños tejía, que en cada sueño terminaba una blusa o un suéter, una bufanda y que eso mismo era lo que comenzaba a tejer apenas despertaba. Mi bisabuela hablaba mucho mientras tejía, hablaba con cualquiera que estuviera a mano, hablaba deshilachando la confusión de su mente que mezclaba el antes con el después, el ahora con el entonces. Deshilachaba sus recuerdos mientras tejía una agarradera circular, de esas para tomar las ollas calientes. Nos contaba cómo los caballos reconocen un buen camino, aún de noche, y que lo mejor era quedarse dormido en el lomo, sobre todo si se huía de los pelones, sobre todo si no se veía nada de nada y había que aprovechar que aquellos no confiaban ni en su caballo, sólo en sus lámparas de bujía que en esos cerros no servían de nada. Ese recuerdo se enredaba más, había un tren descarrilado, varios ahorcados en el camino, un compadre malhablado y sonriente. Y así, sonriendo, mi bisabuela tendió a su hija, mi abuela, la agarradera blanca de centro azul cielo terminada con un borde delgado de color rosa mexicano, la misma que sigue siendo útil en mi cocina, mi abuela sólo tejía cosas útiles.

lunes, 23 de marzo de 2009

2 días/ 40 grados--Norte

Empezó con la repetición ad nauseum de "yo no-sé por qué me sien-to ma-al" y conforme la temperatura subía empecé a leer cómo las heroínas de 3 novelas diferentes de Paviċ se reunían en la casa pintada con té; mientras al lado Branchovic, Masudi y Sulik planeaban la venganza contra Milorad. Entonces imaginé que la mí enfermedad venía del libro de Paviċ, Los 7 pecados capitales, y que la combinación de los astros con la lectura oportuna de ese cuento desataban fuerzas contrarias. Pensé en un huevo cocido y me pregunté por qué. Entonces me acordé del gigante de botas rojas y todos los magos que visitó para aliviar su grandura y así poder casarse. Pero eso poco o nada tenía que ver con Sulik y la motivación de su venganza, la fiebre que me hacía tener movimiento aéreos, las olas que embatían mi espalda hasta reventar en los pies. Me quebrarían los pies. La mosca de ojos miles rojos que me bordeaba las comisuras de los labios. ¿quién comera primero del otro?, me decía. Lynch y Jarmush se tocaron por cuatro segundos cuando Tom Waits empezó a cantar "I was alright, for a while, I could smile, for a while" y supe que había banda, que la "L" linearidad de Jarmush se podía descubrir si me fijaba bien porque todo parecía partirse en tres, a veces en once... [pero la gente no dejaba de interrumpirme desde el Ollin Khan] ...a lo mejor era cosa de series de fibonacci o de otras series, como el capítulo del Dr House sobre la Fst y algo sobre una papa ¿o era un huevo cocido? El mismo huevo cocido que tenía Sulik en su cabecera, el que le regalaba un minuto de tiempo, el mismo que quiso romper cuando Milorad le ponía la almohada en la cara, y que no pudo. Sulik quiere vengar las muertes de Masudi y Brankovich porque son él mismo y el demonio; y no quiere que se sepa, caza en mis sueños liberados por la fiebre esa respuesta para que no se sepa y deben existir otras cosas, seguro más importantes, que ya no puedo recordar ni articular de esta forma. Este sabor a metal en la boca no puede ser sino un rastro de la llave de la prisión de la princesa Ateh, estuve allí aunque no lo recuerde y sólo me quede el huevo duro como algo que no viene al caso. Tendré que buscar su mensaje de confirmación en el caparazón de las tortugas.

martes, 17 de marzo de 2009

Y un buen día

Camina dentro de los pasos, no pienses en las escaleras, no temas al polvo, a las baldosas tibias hiperandadas. Tampoco puedes detenerte, el suelo te absorbería, caminarías sobre tu cráneo roto. Sigue el ritmo, desocupa el espacio anterior y ocupa el que alguien más ha dejado, sigue. De nada vale la pena, la angustia; anda ya, no demores, la muerte te espera.